Si los niños tienen un Angel de la Guarda, los enanitos tienen un Hada Protectora..
A los enanitos les da, muy a menudo, por caminar sobre las hojas de los árboles... sin darse cuenta de que las gotas de rocío hacen resbalar las suelas de las botas y... se pueden caer y hacer daño.
También les gusta desafiar los dientes del caimán que vive en la ciénaga del bosque... como quien atrapa moscas en un vaso.
Y se lanzan al arroyo, confiando en la poca profundidad de sus aguas... sin saber nadar.
Se burlan de los humanos, asustándoles con voces guturales y carreritas sobre las hojas crujientes... o chascando ramitas (lo que, en el silencio y soledad de algunos rincones, provoca un estruendo pavoroso)
Los enanitos se despiertan ya con la idea de pasar un día divertido y despreocupado. Porque para preocuparse... ya están las Hadas Protectoras.
Hadas Protectoras, Preocupadas y muy, muy Ocupadas: porque los enanitos no dan tregua desde que el sol se despereza hasta que apoya su cabeza sobre el horizonte.
Hada llevaba unos días pidiendo a las Hadas superiores que la relevaran. Y es que ¡no podía más!. Los enanitos siempre defendían sus travesuras con cosas como "me dijiste que eso no se hacía... ¡hace tanto tiempo que lo advertiste, que ya no me acordaba!" o: "nunca me dijiste que ésto era peligroso".
Y Hada no sabía ya... si realmente la memoria de los enanitos era tan corta como la de un pez... si los enanitos se burlaban de ella... o si nunca aprenderían a advertir el peligro...
Ya no sabía.... tan sólo que movía, con toda la rapidez de la que era capaz, sus pequeños élitros... de la mañana a la noche, salvando enanitos de mil peligros a los que ellos mismos se asomaban, como si los buscaran conscientemente.
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Y uno de esos días, los enanitos decidieron que era un buen día, como otro cualquiera, para jugar a limpiar los dientes del caimán que vivía en la ciénaga. ¡Qué sucios estaban esos dientes!.
Se armaron de ramitas y se acercaron a la ciénaga. Invocaron al cocodrilo entre gritos, sabiendo que aquél tenía unas ganas inmensas de cerrar sus fauces sobre alguno de esos impertinente y diminutos seres. Pero esa consciencia del peligro le daba más sabor a la aventura.
Como un tronco a la deriva, verde y sigiloso, se acercó el caimán a los enanitos... sumergido hasta los amarillentos ojos, dispuesto-esta vez sí- a hacer alguna presa.
Y los enanitos, en la orilla, festejaban con todo el júbilo posible, la llegada del lagarto; y anticipaban, entre saltos de alegría, la diversión que estaban por disfrutar.
Pero, esta vez, algo no salió como debiera: uno de los enanitos, que se había arriesgado más de la cuenta en el interior de la ciénaga, notó que resbalaba y no podía dar marcha atrás.
´Se asustó y pidió ayuda a sus compañeros, quienes hicieron una cadena... tan resbaladiza por el barro que nada pudieron hacer, salvo comtemplar horrorizados el rápido avance de los ojos dorados hacia ellos.
Llamaron a gritos a su Hada... que descansaba, en ese atardecer, de tantos atardeceres cansados, de avisos y salvamentos sin cuento.
Llegó Hada justo a tiempo para arrebatar al enanito de las fauces del caimán... reuniendo todas sus fuerzas para convertir su vuelo mágico en un torbellino. Y alzó al enanito en apuros desde lo más alto de su gorro rojo para, con sus últimas fuerzas, lanzarlo sobre la orilla, donde esperaban los demás.
Tan ocupados estaban los enanitos espiando el rescate que... perdieron de vista al Hada.
Horas después, cuando estaban cansados del festejo organizado por el salvamento, se percataron de la ausencia de su Hada. Pero estaban tan cansados... que decidieron dejar las preguntas para otro día.
Y al otro día, sólo se volvieron a preguntar cuando hubieron de arreglárselas solos para salir del consabido apuro. Como no les gustaba nada cuidarse solos, decidieron buscar al Hada y regañarla por dejarles solos y preocupados. Esa era una nueva sensación en los enanitos: la preocupación por alguien que no fueran ellos.
Buscaron, todo el día, en los rincones donde sabían que su Hada se refugiaba... y no la encontraron. Preguntaron a todo ser viviente en el bosque... y nadie sabía nada de ella.
Al caer la noche, casi tenían la certeza de que Hada había desaparecido en la ciénaga, y decidieron acercarse y preguntarle al caimán:
.- "¿Por qué buscais a quien nunca fuisteis capaces de ver cuando estaba ante vuestras narizotas?-replicó el caimán-
.- "Sólo la buscais cuando la necesitais y... ¡pues bien!. Ya no está en otro sitio que no sea... el interior de mis tripas.
Hada pagó por vosotros el precio de vuestros caprichos, como siempre. Esta vez, la última"
Y, diciendo ésto, el caimán se alejó.
Los enanitos se quedaron en silencio, sin saber qué hacer o què decir, con un común sentimiento de pérdida definitiva y, por vez primera en sus vidas, de punzante arrepentimiento.
Desde entonces, ningún Hada quiso cuidarles y ellos mismos, recordando ahora las advertencias y precauciones del Hada, hubieron de ayudarse unos a otros para sobrevivir en el bosque.
Y nunca, nunca... supieron que el caimán les había mentido: porque no se había comido al Hada, contra la que no tenía nada... sino que la había dejado escapar con un sólo susurro de advertencia: "si te quedas, serán ellos, los enanitos, quienes terminarán por devorarte... por quitarte todo lo que eres, a fuerza de ingratitud y egoísmo. ¡Vete!"
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Creo que el Hada está aún disfrutando de unas largas, larguíiiiiisimas vacaciones... sin enanitos, por supuesto.
Junio
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